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Radio KUWAMBA. Semilla Negra 2: Y la calabaza se convirtió en orquesta [lang=es][/lang][lang=en][/lang][lang=fr][/lang][lang=pt][/lang]

2011

En la franja de tierra que abarca el oeste de África, las músicas se han nutrido siempre de leyendas e historias populares. Del aquel cronista pionero que fue Balla Fasseke, fundador de la dinastía de los Kouyaté, el papel del trovador africano puede ser asimilado a una labor de notario de costumbres, noticias y acontecimientos históricos de sus pueblos. Considerados primero con honores, los griots del oeste africano jugaron un papel fundamental a la hora de levantar acta de cualquier novedad que afectara a las sociedades primigenias. Se suele decir, y no es exageración, que cuando muere un trovador en África es como si se quemara una biblioteca. No es una metáfora barata: antes de la existencia y popularización de la crónica escrita, estos músicos eran los únicos encargados de velar por el acervo de sus comunidades africanas. De recordar situaciones históricas, batallas legendarias o, simplemente, dejar un rastro perdurable en el que se pudieran dar a conocer acontecimientos clave para el futuro del pueblo. Porque los griots eran, al tiempo, cronistas e historiadores, árbitros y maestros de ceremonias, siempre vinculados al devenir social, político, religioso y cultural de los pueblos de África. Hasta bien entrado el siglo XX, el rol de trovador era hereditario en África. Para una familia era un alto honor que sus vástagos, los miembros de las nuevas generaciones, se ocuparan de dar fe de lo que había ocurrido en el pasado. De recoger el testigo oral de abuelos y padres. Porque, valga el aserto, el pueblo que no conoce su historia está condenado a olvidarla.